Calvino sobre el principio que regula la verdadera adoración a Dios

Fragmentos del libro The Need of Reforming the Church (Dallas, TX: Protestant Heritage Press, 1995),[1] pp. 17-18, 23, 49-50, 93-94, 95-97. Traducción: Alejandro Moreno Morrison.


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Más aún, la regla que distingue entre la adoración pura y la viciada es de aplicación universal, a fin de que no adoptemos ninguna invención que nos parezca adecuada a nosotros mismos, sino que miremos a las órdenes de Aquél quien es el único con derecho a prescribir.  Por lo tanto, si queremos que Él apruebe nuestro culto, esta regla, que es hecha valer en todos lados de manera muy estricta, debe ser observada cuidadosamente.  Pues hay una razón doble por la que el Señor, al condenar y prohibir todo culto ficticio, requiere de nosotros dar obediencia solamente a Su propia voz.  Primero, porque tiende grandemente a establecer Su autoridad de manera que no sigamos nuestro propio gusto, sino dependamos enteramente de su soberanía; y, segundo, tal es nuestra necedad, que cuando somos dejados en libertad, todo lo que podemos hacer es desviarnos.  Y una vez que nos hemos desviado del camino recto, no hay fin en nuestro vagar, hasta que terminamos sepultados bajo una multitud de supersticiones.  Con justicia, entonces, el Señor, a fin de afirmar su pleno derecho de dominio, estrictamente ordena lo que desea que hagamos, e inmediatamente rechaza toda invención humana que varie de su mandamiento.  Con justicia,

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también, en términos expresos, define nuestros límites, para que no provoquemos su ira contra nosotros, fabricando modos perversos de adoración

Sé cuán difícil es persuadir al mundo de que Dios desaprueba todos los modos de adoración no expresamente sancionados por Su Palabra.  La persuasión opuesta que se aferra a ellos, estando asentada, por así decirlo, en sus huesos y tuétano, es que cualquier cosa que hagan tiene en sí misma una sanción suficiente, siempre que exhiba alguna clase de celo por el honor de Dios.  Pero por cuanto Dios no solamente considera infructuoso, sino que también de plano abomina cualquier cosa que por celo emprendamos para su adoración, si no es conforme con su mandamiento, ¿qué ganamos con ir en contra?  Las palabras de Dios son claras e inequívocas: “Obedecer es mejor que el sacrificio.” “En vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres,” (1 Sam. 15:22; Mat. 15:9).  Cada adición a Su Palabra, especialmente en este asunto, es una mentira.  El mero “culto arbitrario” (ethelothreskia)* es vanidad.  Esta es la sentencia, y una vez que el juez ha decidido ya no es tiempo de debatir.

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Habiendo observado que la palabra de Dios es la prueba que discrimina entre Su verdadera adoración y aquella que es falsa y viciada, entonces fácilmente inferimos que la totalidad de la forma de culto divino en uso general hoy en día no es más que mera corrupción.  Pues los hombres no tienen respeto a lo que Dios ha ordenado o a lo que aprueba, a fin de servirlo de una manera apropiada, sino que asumen para sí una licencia para inventar modos de adoración que luego le imponen a Dios como sustituto a la obediencia…

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No desconozco lo difícil que es persuadir al mundo que Dios rechaza y aun abomina todo lo relacionado con su culto que es inventado por la razón humana.  El engaño en este rubro se debe a varias causas: “Todos tienen un alto concepto de sí mismos,” como lo expresa el antiguo proverbio.  De ahí que el fruto de nuestro propio cerebro nos deleite, y además, como Pablo lo admite, esta adoración ficticia a menudo se presenta con una apariencia de sabiduría [Col. 2:23].  Entonces, como en su mayoría tiene un esplendor externo que complace al ojo, es más agradable a nuestra naturaleza carnal, que aquello que Dios solo requiere y aprueba, pero que es menos ostentoso.  Pero no hay nada que ciegue tanto el entendimiento de los hombres, y los desvíe en sus juicios en este asunto, como la hipocresía.  Puesto que, siendo que es deber de los verdaderos adoradores dar el corazón y la mente, los hombres están siempre deseosos de inventar un modo de servir a Dios de una

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descripción totalmente diferente, siendo su objeto llevar a cabo ciertas costumbres corporales, y guardarse la mente para sí mismos.  Más aún, imaginan que cuando le imponen pompa externa, han, por este artificio, evadido la necesidad de darse a sí mismos.  Y esa es la razón por la que se someten a innumerables costumbres que los fatigan miserablemente sin medida y sin fin, y la razón por la que eligen vagar en un perpetuo laberinto, en lugar de adorar a Dios de manera sencilla en espíritu y en verdad. 

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…Nuestros oponentes… consideran casi superflua una disputa acometida para la gloria de Dios y la salvación de los hombres.  Pues no es cierto… que disputemos acerca de una sombra inútil.  Lo que está de por medio es la totalidad de la sustancia de la religión cristiana.  Si no hubiera nada más de por medio, es la eterna e inviolable verdad de Dios – verdad respecto de la cual Él ha dado tantos testimonios ilustres, por cuya confirmación tantos santos profetas y tantos mártires han enfrentado la muerte, verdad anunciada y testificada por el mismísimo Hijo de Dios,

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y en última instancia sellada con Su Sangre. ¿Es esa verdad de tan poco valor, que puede ser pisoteada, mientras nosotros nos quedamos mirando y en silencio?

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Cuando… la divina gloria fue contaminada, o más bien lacerada, de tantas maneras, ¿no hubiera sido deslealtad si lo hubiésemos pasado por alto o hubiésemos guardado silencio?  Un perro, viendo cualquier violencia contra su amo, ladrará instantáneamente; ¿podíamos nosotros, en

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silencio, ver que el nombre de Dios es deshonrado o blasfemado?  En ese caso, ¿cómo podía haberse dicho “Los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí”?  (Sal. 69:9). 

La burla que adora a Dios con nada más que gestos externos y absurdas ficciones humanas, ¿cómo podíamos nosotros, sin pecar, permitir que pasara sin reprensión?  Sabemos cuánto odia Él la hipocresía, y aun así en ese culto ficticio, que estaba en uso en todos lados, la hipocresía reinaba.  Escuchamos cuán amargos son los términos en los que los profetas atacan toda adoración fabricada por la temeridad humana.  Pero una buena intención – esto es, una instancia del libertinaje de atreverse a lo que sea que le agrade al hombre – fue considerada la perfección de la adoración.  Pues es cierto que en todo el cuerpo de adoración que fue establecido, escasamente había algún acto que gozara de sanción de la autoritativa Palabra de Dios. 

No debemos en este asunto tomar una posición por nuestro propio juicio o por el juicio de otros.  Debemos oír la voz de Dios y escuchar cómo evalúa la profanación de la adoración que se presenta cuando los hombres, traspasando los límites de Su Palabra, se desenfrenan en sus propias invenciones.  Las razones por las que asigna como castigo a los israelitas la ceguera, después de haber perdido la disciplina piadosa y santa de la iglesia, son dos, a saber, la prevalencia de la hipocresía, y el culto arbitrario (ethelothreskia), con lo que se refiere a una forma de adoración ideada por el hombre:  “Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí

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no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado; por tanto, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos.  (Isaías 29:13-14).  Cuando Dios nos levantó, una perversidad similar o peor dominaba abiertamente a lo largo de la Iglesia.  ¿Íbamos entonces a quedarnos sentados y callados mientras Dios estaba tronando desde el cielo?

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Ver también: Calvino: El segundo mandamiento prohibe las invenciones humanas en el culto al Dios verdadero; Pretender adorar a Dios en cualquier forma no prescrita por Él es superstición e idolatría; La enseñanza bíblica sobre la adoración pública del Dios verdadero (video-conferencia – bilingual video-lecture); La luz de la naturaleza es insuficiente para prescribir la manera aceptable de adorar al Señor; La espiritualidad de la verdadera adoración en el Nuevo Testamento; El culto de la sinagoga fue el modelo del culto de la Iglesia apostólica; Sermón expositivo de Éxodo Caps. 35-39, 1ª parte: El principio regulador del culto como señal de la relación pactual entre Dios y Su pueblo (audio); Dos sermones sobre Éxodo 32:1-33:6, episodio del becerro de oro (audios); La música en la Iglesia occidental a principios del S. XVI; Dios está airado con quienes no usan bien la luz del evangelio; Sermón temático: Soli Deo gloria (audio); Para entender la Reforma; Brevísima historia de algunas de las primeras deformaciones en la Iglesia antigua (siglo II en adelante).


* Esta es la palabra griega que Pablo usa en Colosenses 2:23 para referirse a los actos religiosos de invención humana.

[1] Traducción al español: Juan Calvino, La necesidad de reformar la Iglesia (Landmark Project Press, 2009).  Escrito originalmente en 1544 con motivo de la convocatoria a la Dieta de Espira por el Emperador Carlos V.