Por Alejandro Moreno Morrison[1]
Hay gobernantes buenos, gobernantes malos y tiranos. Pero no siempre distinguimos bien quién es cuál. Es posible que un buen gobernante no sea reconocido como tal, y que un tirano cuente con la aprobación popular y así hacerse pasar por buen gobernante sin serlo.
Tal fue el caso, por ejemplo, de David y Absalón. David era un buen gobernante; no era perfecto pero, dentro de lo que es humanamente posible, fue el mejor gobernante que tuvo la nación de Israel. El Salmo 78:72 celebra el gobierno de David con estas palabras: “Y los apacentó conforme a la integridad de su corazón, los pastoreó con la pericia de sus manos.” Aquí, como en otros lugares, la Palabra de Dios usa la metáfora del pastor para referirse a quienes ejercen funciones y responsabilidades de dirección y gobierno. Aunque no era perfecto, no podemos negar que dentro de lo que es humanamente posible, David fue un buen gobernante, pues su corazón, conforme a cuya integridad gobernó a Israel, era conforme al corazón del Señor (1 Sam. 13:14; Hch. 13:22).
No obstante, Absalón, hijo de David, encontró a tantas personas que pensaban que David era un mal gobernante que le fueron más que suficientes para darle un golpe de estado a su padre (2 Sam. 15). ¿Cómo logró obtener Absalón tal apoyo popular, si David era un buen gobernante? Absalón era lo que hoy conocemos como un populista, pues consiguió el respaldo de las masas diciéndoles lo que querían oír. Les decía a quienes se sentían agraviados: “Mira, tus palabras son buenas y justas; mas no tienes quien te oiga de parte del rey” (2 Sam. 15:3).[2]
¿Tenía razón Absalón? ¿Realmente estaba fallando tanto el gobierno de David y su sistema de justicia que justificaban una rebelión en su contra? No hay evidencia en la Escritura que dé indicios de eso. Lo más probable es que, a pesar de no ser perfecto, el gobierno y el sistema de justicia de David eran buenos, perfectibles pero buenos, y que Absalón explotó los resentimientos, codicias y demás sentimientos pecaminosos de gente que, como él mismo, tenían motivos pecaminosos para oponerse a David. Los salmos nos dan suficiente evidencia de que David tenía enemigos, gente que buscaba su mal, entre su propio pueblo (Sal. 5; 27:12; 31:11-13; 35:11-16; 38; 41:5-9).
Una de las cosas que podemos aprender de este episodio de la historia es que los pueblos no siempre evalúan correctamente a sus gobernantes y que, de hecho, fácilmente confunden a un tirano con un buen gobernante y viceversa. La historia universal también nos da múltiples ejemplos de esto mismo en diversas culturas y circunstancias.
Como Absalón, los populistas son muy astutos para explotar a su favor los resentimientos y apetitos carnales de la gente (como los deseos de revancha) para reclutarlos para sus causas políticas. Aquí opera lo que se conoce como la “Ley de la racionalidad inversa.” Aunque nombrada como tal en el S. XX por el filósofo cristiano Merold Westphal,[3] se trata de una aplicación concreta de la doctrina de los efectos del pecado en la mente humana, enseñada prominentemente por Pablo en Rom. 1:21-32, y cuyas implicaciones filosóficas (especialmente epistemológicas) podemos encontrar desarrolladas en teólogos cristianos más antiguos como Agustín de Hipona, Juan Calvino y Blas Pascal, por citar algunos ejemplos. La «Ley de la racionalidad inversa» se refiere al hecho de que la habilidad y disposición de una persona para pensar racionalmente es distorsionada por sus deseos pecaminosos en la medida en que el asunto en cuestión es de importancia existencial para ella. Así, por ejemplo, el ladrón, el homicida y el adúltero justifican su pecado con argumentos irracionales que ellos mismos no aceptarían como válidos de haber sido las víctimas (e.g., Pro. 10:23; 30:20); y el ateo, aunque sabe que hay un Dios, apela a argumentos que él mismo no aceptaría si se tratara de otra cuestión. Sin la gracia regeneradora de Dios, la capacidad racional del ser humano es fácilmente presa de su propio pecado de manera que es cegado a su propia maldad e irracionalidad. Eso no significa que el ser humano siempre actúe irracionalmente sino que, cuando peca, el pecado afecta su mente, de manera que, en lugar de darse cuenta y arrepentirse de su pecado, su mente “le sigue la corriente” a su pecado (Prov. 5:22-23; 6:23; 12:5; 15:21; 24:9; Rom. 1:28).
Un ejemplo muy claro de cómo el egoísmo corrompe el pensamiento de las personas al evaluar la justicia o injusticia de un acto o persona es el soborno. Dice Deut. 16:19 que «el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos”. Cuando un gobernante o candidato a gobernante da o promete dar un beneficio económico a gente que no se lo ha ganado trabajando, está básicamente sobornándolos para que lo justifiquen, para que lo crean bueno y voten por él o lo apoyen.[4] Pero el Señor dice claramente que “justificar al impío” es tan abominable como condenar a un inocente, peor aún si es por soborno (Pro. 17:15; 18:5; Isa. 5:23-24). Proverbios también nos advierte en 23:1-8 acerca de la forma sutil en la que un “gran señor” (alguien poderoso como puede serlo un gobernante o candidato) se aprovecha de la codicia de la persona común agasajándola al principio con “pan engañoso” pero perjudicándola al final. Los ciudadanos que llaman bueno a un gobernante o candidato malo se vuelven sus cómplices y terminan pagando caro su codicia y su desviación de la justicia.
Así que, cuando los cristianos evaluamos a un gobernante o candidato a gobernante (para orar o votar por él), debemos hacernos conscientes de los prejuicios, apetitos desordenados (como el resentimiento social y el ánimo de revancha) y caprichos pecaminosos y pecados (como la codicia) que nos tienten a justificar al impío y condenar al justo, y conscientemente y expresamente resistirnos a ser guiados por el pecado y, con temor delante del Señor, buscar la guía de Su Palabra y Su Espíritu Santo para evaluar sabiamente a nuestros gobernantes y a quienes aspiran a serlo.
Habrá quienes en este punto piensen que no hay por qué tomarnos la molestia de hacer esta evaluación pues dirán que, de todos modos, la Biblia nos manda pedir por los gobernantes y someternos a ellos. Tal pensamiento que, a menudo es emitido con un aire de superioridad espiritual, no es más que mojigatería, una máscara que esconde al menos negligencia espiritual y quizá también algún grado de complacencia o complicidad con los pecados de los gobernantes o candidatos, pues ¿cómo sabremos cómo orar por nuestros gobernantes, o por quién votar, si no sabemos si están haciendo o no lo correcto?
Orar por nuestros gobernantes no es nada más mencionarlos en nuestras oraciones. Decir nada más, “Te pedimos por nuestros gobernantes,” pero no decir qué es lo que pedimos que el Señor haga respecto de ellos es un ritual vacío y supersticioso. Quizá quienes así oran creen, como muchas religiones falsas, que las oraciones son obras meritorias a cambio de las cuales Dios va a hacer que “nos vaya bien,” a pesar de que los gobernantes estén rebelándose contra Él y haciendo lo malo (y quizá el pueblo con ellos). Similarmente, hay quienes piensan erróneamente que orar por los gobernantes es sinónimo de pedirle al Señor que “les vaya bien” a ellos y consecuentemente a nosotros a pesar, de nuevo, del proceder pecaminoso de los gobernantes o del pueblo. De nuevo, esa es una visión pagana y supersticiosa de la oración, como si se tratara de las palabras mágicas de un hechizo para hacer que las cosas salgan como nosotros queremos.[5] Todo esto es ofensivo al Señor quien nos ha dejado claro que su bendición no es para quienes transgreden su ley (Deut. 5:29; 1 Sam. 8:18-19; Sal. 7:11-12; 50:16-23; Sal. 119:53; 143:10; Pro. 28:9).[6]
El Señor Jesús nos enseñó que siempre que oremos debemos pedir al Padre que Su voluntad se cumpla en la tierra de la misma forma en que se cumple en el cielo (Mat. 6:10; Luc. 11:2). De manera que si, por ejemplo, los gobernantes electos por el pueblo legalizan el aborto, es absurdo y ofensivo al Señor pedirle que a esos gobernantes y al pueblo “les vaya bien,” cuando el pueblo está cometiendo y consintiendo ese derramamiento de sangre inocente y los gobernantes están incumpliendo con su deber de castigar a los malhechores sin distinción (Lev. 19:15; Rom. 13:3-6; 1ªPe. 2:14). Eso sería absurdo y ofensivo al Señor, una burla. El aborto debe ser castigado por los gobiernos porque es privar de la vida indebidamente a un ser humano, es decir, es un asesinato que debe ser castigado. Si un pueblo y sus gobernantes se rebelan contra Dios en este punto, lo que debemos pedir al Señor es que pueblo y gobernantes se arrepientan de su pecado y cumplan con su deber de proteger la vida humana prenatal mediante las leyes y los órganos de gobierno. Si, por el contrario, un gobierno o gobernante está siendo acosado, criticado o amenazado por defender la vida humana prenatal, o por perseguir y castigar cualquier otro delito, lo que debemos pedir al Señor es que los proteja y les dé sabiduría y fortaleza para seguir haciendo lo correcto.
La renuencia a evaluar si un gobernante es bueno, malo o un tirano, también puede ser la consecuencia de creer erróneamente que le debemos incondicionalmente al gobierno obediencia, sumisión o fidelidad. Quienes piensan así a menudo apelan a textos fuera de contexto como “Dad a César lo que es de César” (Mat. 22:21; Mar. 12:17; Luc. 20:25).[7] Pero ese mal uso del texto (que ni siquiera llega a ser una interpretación) revela que detrás de esa mojigatería (falsa de piedad) está, o bien una lealtad indebida y pecaminosa a una persona, ideología o partido político, o una actitud comodina y acomodaticia que no busca conocer y hacer la voluntad del Señor si con ello corre el riesgo oponerse a la mayoría o exponerse al rechazo social o al castigo de un gobernante impío. Tal actitud no es propia de un verdadero creyente en el Señor Jesucristo, que debe negarse a sí mismo y tomar su cruz (Mat. 10:38; 16;24; Mar. 8:34; Luc. 9:23) y “obedecer al Señor antes que a los hombres,” aun si esos hombres son gobernantes (Hch. 4:19; 5:29; 21:13; ver también Eze. 11:12) y aun si en ello le va la vida (Dan. 3:14-18; 7:7-17; 1ª Pe. 2:19; Mat. 5:11; 10:22; 24:9; Mar. 13:13; Luc. 6:22; 21:12, 17; Jua. 15:21; Apo. 2:10, 13; 6:9; 20:4).
De hecho, la enseñanza del episodio de la moneda del tributo romano es que lo único que debemos dar al gobernante es el tributo, no más. Eran los fariseos, saduceos y herodianos los que creían que debían tener contento al Imperio Romano a cualquier precio, a cambio de conservar sus privilegios políticos, es decir, sus intereses pecaminosos. El episodio de la moneda del tributo fue una advertencia oportuna del Señor Jesús a los miembros del Sanedrín, quienes de todos modos lo acusaron ante las autoridades romanas de prohibir “dar tributo a César, diciendo que él mismo es el Cristo, un rey” (Luc. 23:2). Y más tarde, en la consulta popular que Pilato hizo para decidir si crucificaba o no al Señor Jesús, los miembros del Sanedrín dijeron “No tenemos más rey que César” (Jua. 19:15). Vemos cómo una lealtad indebida a un gobernante, motivada por intereses político ilícitos, llevó al Sanedrín, y al pueblo con ellos, a defender a César y a crucificar a Su Mesías. El Sanedrín creía que estaba garantizando su permanencia y la de la nación judía, cuando en realidad estaban firmando la sentencia de muerte para Judea a manos de esos romanos a los que defendieron.
¿Cuántos que se hacen llamar cristianos traicionan al Señor Jesús prefiriendo apoyar a gobernantes impíos en lugar de buscar que el reino de Dios se manifieste cada vez más ampliamente en la tierra y que se haga Su voluntad aquí en la tierra como se hace en el cielo? ¿Para cuántos que le dicen “señor, señor” al Señor Jesús, Él no es en realidad el Rey de Reyes que está por encima de todos reyes de la tierra? Para quienes verdaderamente aman al Señor, Él es el único digno de su lealtad, fidelidad y devoción y, por lo tanto, reconocen que todo aquel que no se somete a Su voluntad necesita arrepentirse de su rebelión y someterse al señorío de Cristo.
El contexto en el que Pablo exhorta “a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia” (1ªTim. 2:1-2) deja claro que lo que debemos pedir respecto de ellos, como respecto de todos los hombres, es que “sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1ªTim. 2:4).[8] Y sabemos que para ser salvo uno debe arrepentirse de sus pecados y reconocer al Señor Jesucristo como Señor, es decir, como rey, y que eso es parte de la verdad que el redimido viene a conocer (Mat. 2:2; 21:5; 25:34; 27:11; Mar. 15:2; Lu. 19:37-40; 23:3; Jua. 1:49; 12:13-15; Hch. 2:36; 16:31; 17:7; Rom. 10:9; 1ªCor. 1:2; 2ªCor. 4:5; Apo. 1:5; 15:3; 17:4; 19:16). Lo otro que este pasaje nos indica que debemos pedir respecto de los gobernantes es que gobiernen de tal manera que los cristianos podamos vivir “quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1ªTim. 2:2), es decir, con paz y seguridad,[9] y sin que las leyes humanas ni los gobernantes impidan o persigan a quienes cumplen con los deberes respecto a Dios y a nuestro prójimo, ni ordenen cosas que vayan en contra de la ley de Dios.[10]
Así oraban, por ejemplo, los presbiterianos de la congregación de angloparlantes exiliados en Ginebra en tiempos de Juan Calvino y John Knox:[11]
…por cuanto los corazones de los gobernantes están en tus manos,[12] te rogamos que dirijas el corazón de todos los reyes, príncipes, y magistrados a quienes has encargado la espada;[13] especialmente, oh Señor, conforme a nuestro deber, te rogamos que mantengas y prosperes el honorable territorio de esta ciudad, dentro de cuya defensa somos recibidos, los magistrados, el consejo, y todo el cuerpo de esta república: Que tu favor paternal los preserve y tu Espíritu Santo gobierne sus corazones de tal manera, para que ejecuten así su oficio, de manera que tu religión sea mantenida con pureza, las costumbres reformadas, y el pecado castigado conforme a la regla precisa de tu santa palabra.[14]
En Rom. 13:3-6, con gran pericia literaria, Pablo fija sutil pero claramente los límites de la obediencia al gobernante civil subordinándola a la ley de Dios.[15] Pablo dice que el deber de someternos a las autoridades superiores se deriva del hecho de haber sido éstas establecidas por el Señor. Esto implica que la autoridad de los gobernantes terrenales no es absoluta ni debe exceder los límites fijados por el Señor Jesucristo, que es de quien derivan su autoridad como gobernantes. Por su parte y de manera similar, Pedro dice explícitamente que nuestra sumisión al gobernante es “por causa del Señor” (1ªPe. 2:13). Por lo tanto, si un gobernante se extralimita en su actuación, está desobedeciendo el mandato de Su superior, el Señor Jesús; y los súbditos del Señor Jesús no solo no están obligados a someterse al gobernante en eso que desobedece al Señor sino que deben “obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 4:19; 5:29),[16] aún si por ello deben pagar con sus vidas, como lo hizo Pablo mismo y muchos cristianos durante el gobierno de Nerón, que era el emperador romano cuando Pablo escribió su Epístola a los romanos.[17] Así que, la ejecución de Pablo por no someterse incondicionalmente a Nerón es un testimonio claro de cómo debe interpretarse Rom. 13:1-2, es decir, no como una sumisión incondicional al gobernante terrenal sino solamente en aquello en lo que cumpla con el ministerio que el rey Jesús le encargó.
En Rom. 13:3-4, Pablo fija aún con más precisión los límites a los que debe sujetarse el gobernante y los límites de la obediencia a éste. Explica que la función que deben cumplir es “infundir temor… al malo… y castigar al que hace lo malo”. Por su parte y de manera similar, Pedro dice que los gobernantes son enviados por Dios “para castigo de los malhechores” (1ªPe. 2:14). Si los gobernantes no cumplen con este deber, están rebelándose contra Dios y, en lo que se rebelan contra Él, no cuentan con el deber de obediencia de los cristianos y, de hecho, ponen en tela de juicio la legitimidad de su posición como gobernantes.
Volviendo a Rom. 13, para que no haya lugar a dudas, Pablo agrega más adelante que, por cuanto las leyes humanas que guían a los gobernantes en dicho deber principal reflejan la ley de Dios (Rom. 13:9), no solo no hay conflicto para el cristiano en obedecer dichas leyes sino que refuerzan su deber de obedecerlas “por causa de la conciencia” (Rom. 13:5). Es decir, que las leyes humanas que sean aplicaciones válidas del mandamiento “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Rom. 13:9) son conductas a las que el cristiano está obligado aun si no estuvieran ordenadas en las leyes humanas. La implicación es, por el otro lado, que si una ley no es una aplicación válida del mandamiento de amar a nuestro prójimo, o viola el mandamiento de amar a Dios, no debemos obedecerla precisamente por la misma razón, “por causa de la conciencia.” Pablo añade como corolario, “el amor no hace mal al prójimo” (Rom. 13:10), para que quede claro que no debe usarse la ley para perjudicar injustificadamente a nadie.[18]
El tema de la relación entre las leyes humanas y la ley divina es amplio y excede los límites de este artículo, por lo que, a continuación, enunciaré solamente una de las principales doctrinas que debemos tener presentes en vista de los malentendidos que veo más recurrentemente en círculos evangélicos y protestantes.
A pesar de la caída en pecado y de los efectos noéticos de la caída, “Quedan, sin embargo, en el hombre desde la caída, los destellos de luz natural, mediante la cual retiene algún conocimiento de Dios, de las cosas naturales, y de la diferencia entre el bien y el mal, y descubre algún respeto por la virtud, el buen orden en sociedad, y para mantener una conducta externa ordenada…”[19] Consiguientemente, en palabras de Calvino, “cuando el entendimiento del hombre se esfuerza en conseguir algo, su esfuerzo no es tan en vano que no logre nada, especialmente cuando se trata de cosas inferiores… las que no se refieren a Dios, ni a su reino, ni a la verdadera justicia y bienaventuranza de la vida eterna, sino que están ligadas a la vida presente y en cierto modo quedan dentro de sus límites… [como] el gobierno del estado.”[20] Así pues, dice Calvino exponiendo Rom. 2:14, “vemos claramente que existen conceptos primitivos de justicia y derecho impresos naturalmente en los espíritus humanos. Por eso puede afirmarse que tienen ley sin tener Ley; porque, aunque no tengan la Ley Moisés escrita, no obstante, no están desprovistos de justicia y equidad…» Anthony Burgess, miembro de la Asamblea de Westminster y del comité redactor del Cap. 19, “Sobre la ley de Dios,” de la Confesión de fe de Westminster, explica que una de las maneras en las que los seres humanos manifiestan externamente la ley de Dios escrita en sus corazones a que se refiere Rom. 2:14, es “Haciendo buenas y saludables leyes, para gobernar por ellas a los hombres.”[21] Por lo tanto, concluye Calvino, todas las leyes que estén de acuerdo con la equidad que está “declarada en lo que llamamos la Ley Moral de Dios” que es “ la ley natural y de la conciencia que el Señor ha impreso en el corazón de todos los hombres”, “no deben desagradarnos, aunque no convengan con la ley de Moisés, o bien entre ellas mismas.”[22] Esta es la doctrina contenida en el Cap. IX, “Sobre la ley de Dios” de la Confesión de fe de Westminster.
De los escritos de Pablo y de las narrativas de Lucas en Hechos, se infiere que Pablo tenía un buen conocimiento del derecho romano, por lo que sabía que la gran mayoría de las leyes civiles y penales romanas estaban en armonía con la llamada “segunda tabla” del Decálogo, es decir, los mandamientos que versan sobre el amor al prójimo, que son los que cita en Rom. 13:9,[23] pues no se necesita ser cristiano para saber que uno no debe matar, robar, mentir o cometer adulterio. Pero también sabía Pablo que otras leyes imperiales, especialmente las relativas al culto imperial, chocaban directamente con los mandamientos primero y segundo del Decálogo. Al hacer referencia explícita a los mandamientos de la llamada segunda tabla del Decálogo, los cuales estaban reflejados en los preceptos del derecho romano, Pablo enseña implícitamente que solamente debemos obedecer al gobernante y a las leyes humanas en lo que reflejen la ley de Dios y no en lo que la contradiga. La evidencia de esta interpretación es el hecho histórico de que los delitos por los que los cristianos de los primeros siglos fueron acusados, condenados y ejecutados por los romanos fueron los relativos al culto imperial.
Todo lo anterior para fundamentar que nuestra sujeción a los gobernantes no es absoluta ni incondicional y, por lo tanto, debemos evaluarlos a ellos y a sus agendas y políticas a la luz de la ley de Dios, sujetarnos únicamente en aquello que no haga mal a nuestro prójimo sino, al contrario, que sea una expresión legítima de amor por todos nuestros semejantes sin distinciones. Y en aquello que los gobernantes se opongan a la ley de Dios, no solamente no debemos obedecerlos sino que debemos denunciar su pecado, pedir al Señor que se arrepientan de su pecado y cambien su forma de pensar y de actuar, o que los quite de su encargo,[24] “para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1ªTim. 2:2).[25]
Lo anterior también nos da el estándar o parámetro que debemos usar para determinar si un gobernante es bueno o malo, recordando la advertencia del Señor contra quienes llaman a lo bueno malo y viceversa (Isa. 5:20, 24). Es obvio que, en un mundo caído, aún con gobernantes que fueran genuinos creyentes, el gobierno civil no sería perfecto; por lo tanto la bondad de un gobernante sólo podrá ser relativa. Basta ver el caos (desorden y pecado) que impera en muchas iglesias y organizaciones cristianas para constatar que ser cristiano no le da a una persona que ejerce funciones de gobierno ni las capacidades necesarias para gobernar ni sumisión automática a la ley de Dios, y mucho menos perfección e infalibilidad.
Vale la pena, no obstante, abundar un poco más en los tipos de gobernantes malos para finalmente distinguir entre un gobernante malo y un tirano. Un gobierno puede ser malo por estar a cargo de gente inexperta o inepta. La falta de conocimiento, sabiduría y pericia van a resultar en un gobierno malo en el sentido de ineficaz, es decir, que no cumple con su deber y que hasta produce resultados contrarios a los deseados (Ecl. 10:5-6). Estos gobernantes son también moralmente malos en la medida en que una persona honesta no acepta en primer lugar un encargo para el que no está preparado o, si es honesto, busca suplir sus limitaciones allegándose de personas preparadas y sabias. Pero si el gobernante es fatuo, falto de sabiduría, lo que Proverbios llama necio, entonces “no le gusta que lo corrijan ni busca la compañía de los sabios” (15:12; ver también Pro. 9:7-8; 12:1; 18:2; 15:14, 32; 17:2). Con todo, un gobernante que es malo por incompetente no es necesariamente un tirano si al menos se esfuerza por cumplir con su deber bíblico y si respeta las leyes y los límites fijados a su poder. En sistemas democráticos, la culpa de elegir gobernantes ignorantes, ineptos e insensatos (como celebridades de la farándula o los deportes o agitadores sociales profesionales) es de la mayoría pueblo votante, que recibe como retribución exactamente aquello por lo que votó (Pro. 22:8; Gal. 6:7). A menudo, como esa mayoría es tan necia e ignorante como sus gobernantes, se conforman con su elección y hasta la defienden aunque estén sufriendo.[26]
Isaías 3:1-5 nos muestra que una de las maneras en las que el Señor castiga a un pueblo (comenzando con Su propio pueblo, la Iglesia) es dándoles gobernantes inmaduros, inexpertos, frágiles y miedosos como niños, incapaces de cumplir con su deber. Comentando sobre este pasaje, Juan Calvino escribe:
Para que la venganza de Dios sea más manifiesta, ahora describe cuán triste y miserable será el cambio, cuando les sean quitados los gobernantes competentes y fieles y Dios ponga personas cobardes e indignas en su lugar. Por niños quiere decir no solamente aquéllos que lo son por edad, sino también de mentalidad y conducta, como personas delicadas y afeminadas, que están privados de valentía y no pueden usar la espada que se les confía… una de las maneras en que un estado es rápidamente arruinado es cuando sus gobernantes son hombres débiles y necios como niños, que no tienen seriedad ni sabiduría.[27]
En estos casos los cristianos debemos reconocer no solamente que nuestros gobernantes son ineptos sino que son un castigo del Señor y, por lo tanto, debemos examinarnos a nosotros mismos y a nuestra sociedad para confesar nuestros pecados y los pecados de nuestros pueblos, pedir perdón al Señor, arrepentirnos y dejar nuestros pecados, orar por la conversión de los gobernantes y del pueblo y, en naciones democráticas, procurar la elección de gobernantes competentes cuyo actuar sea al menos compatibles con los valores cristianos (suponiendo, como es el caso hoy en muchos países como México, que no hay cristianos competentes para gobernar).
Otra modalidad de mal gobierno que no es necesariamente tiranía es la que tiene gobernantes que, aunque son competentes y cumplen con sus deberes, usan el poder para beneficiarse a sí mismos o a sus familiares y amigos. Estos gobernantes cumplen con la mayoría de sus deberes y hasta pueden ser eficaces en gobernar y producir buenos resultados, pero son gobernantes moralmente malos porque también usan el poder para su beneficio en lugar de usarlo exclusivamente para el bien del pueblo.
A menudos estos gobernantes corruptos son una expresión y consecuencia de la corrupción del pueblo, especialmente en naciones democráticas. Un pueblo, como el mexicano, por ejemplo, que roba combustible a la vista y con la complacencia de sus gobernantes,[28] no debe hacerse el sorprendido de que sus gobernantes hayan sido y sigan siendo corruptos. A menudo esos gobernantes llegan al poder y se mantienen ahí sobornando al pueblo codicioso con dádivas o promesas de dádivas, que son ganancias deshonestas, pues le quitan el fruto de su trabajo a quienes son productivos para darlo a quienes están dispuestos a vender sus conciencias a cambio de esas dádivas. [29] En esos casos, pueblo y gobierno son cómplices en el pecado. Los cristianos no debemos hacernos cómplices de esos pecados votando por esos gobernantes o recibiendo esas dádivas, sino que debemos denunciar esos pecados y orar por el arrepentimiento y conversión del pueblo y de los gobernantes, y por la misericordia del Señor para que quite esos gobernantes y ponga otros mejores.[30] No obstante, no podemos esperar que el Señor bendiga a un pueblo rebelde que no se arrepiente de sus pecados. Por eso es que Pablo nos manda a orar por la conversión, no solamente de “los reyes y… todos los que están en eminencia” (1ªTim. 2:2), sino “por todos los hombres” (1ªTim. 2:1).
Los gobernantes malos por corruptos no son tiranos si cumplen, aunque sea imperfectamente, con sus deberes, especialmente el de castigar a los malhechores y si no concentran el poder de manera que no sea posible poner límite y eventualmente fin a su maldad. Pero si un gobernante no cumple con el deber de castigar a los malhechores por negligencia o corrupción, o si viola los límites que las leyes ponen a su poder, entonces sí estamos ante un tirano.
Contrario al dogma humanista rousseauniano, que cree que el ser humano es bueno por naturaleza, la verdad es que el ser humano es naturalmente malo e inevitablemente susceptible a corromperse, lo mismo el pueblo que los gobernantes. Esta realidad, que es parte de la depravación total del ser humano, es quizá la variable más importante a tomar en cuenta en el diseño de los sistemas de gobierno y las constituciones para prevenir el abuso del poder y la tiranía, ya sea de uno solo, de un grupo o de las masas, pues el poder público, el poder de gobernar, intensifica dicha tentación y la vuelve irresistible.[31] Los controles y contrapesos al poder, incluyendo la distribución del poder en distintas ramas y organismos autónomos, son una protección contra esta tendencia natural al abuso del poder. Un gobernante cuyo poder no esté limitado fácilmente se convertirá en un tirano, y un tirano no deja el poder fácilmente.
Si bien a lo largo de la historia los pueblos han reconocido esta verdad y han establecido distintas modalidades de controles y contrapesos para limitar el poder de sus gobernantes, fue la teoría política emanada de la Reforma Reformada (o “calvinista”) la que abrazó sin rodeos y sin atenuantes la verdad de naturaleza corrompida de todo ser humano, pueblos y gobernantes, e incorporó consciente e intencionalmente una variedad de límites y controles al poder público en general y a los gobernantes en particular.
En Palabras de Juan Calvino:
Las fallas y los defectos de los hombres hacen que sea más seguro y soportable que los que ejercen el gobierno sean muchos, ayudándose, instruyéndose y amonestándose unos a otros; y si alguno se impone indebidamente, contar con varios censores y amos para restringir su arbitrariedad.[32]
El pensamiento Reformado (teología y filosofía) echó mano de siglos de reflexión teológica y experiencia política, y fue desarrollado por diversos pensadores Reformados durante los siglos XVI y XVII.[33] Una de las figuras más importantes del pensamiento político Reformado fue el teólogo, filósofo, jurista, estadista y anciano gobernante de la Iglesia Reformada de Emden, Johannes Althusius (castellanizado como Juan Altusio).[34]
El camino a la democracia moderna comenzó con la Reforma protestante en el siglo dieciséis, particularmente entre aquellos exponentes del protestantismo Reformado que desarrollaron una teología y política que pusieron al mundo occidental de vuelta en el camino al auto-gobierno popular, enfatizando la libertad y la igualdad. En tanto que los fundadores y voceros originales del protestantismo Reformado escribieron mucho de política, su obra era a menudo de carácter teológico o polémico. Sólo al final del primer siglo de la Reforma emergió de la tradición Reformada un filósofo político que construiría una filosofía política sistemática a partir de la experiencia Reformada mediante la síntesis entre la experiencia política del Santo Imperio Romano y las ideas políticas de la teología pactual del protestantismo Reformado. Ese hombre [fue] Johannes Althusius…[35]
La importancia de Altusio y de sus aportaciones al pensamiento político democrático, en particular su libro Política metódicamente concebida e ilustrada con ejemplos sagrados y profanos (en adelante, Política), es reconocida no solamente en círculos protestantes o cristianos en sentido amplio sino también en el ámbito secular.[36]
En Política, Altusio elabora sobre las limitaciones del poder público, especialmente del magistrado supremo (rey, presidente, etc.) y sobre la tiranía. Al respecto dice, por ejemplo, que conforme a Rom. 13:4 el magistrado “es servidor de Dios para tu bien,” por lo tanto, “no puede hacer nada contrario a los mandamientos dados por su Señor.”[37] Y, en conexión con esto, Altusio explica que “un poder absoluto y supremo que está por encima de todas las leyes es llamado tiránico.”[38]
Altusio explica que, «Cuanto menor sea el poder de quienes gobiernan, tanto más duradero y estable es y permanece el imperium.[39] Pues el poder circunscrito por leyes definitivas no se exalta a sí mismo para la ruina de los súbditos, ni es disoluto, ni degenera en tiranía.»[40]
En el capítulo donde habla de la Constitución de la que emana el poder del magistrado supremo, Altusio afirma lo que se conoce hoy en día como el principio de legalidad, es decir, que los gobernantes solamente pueden hacer solamente aquello que les está expresamente ordenado en la ley y no más,[41] y reitera que:
A menor poder de aquellos que gobernan, más seguro y estable permanece el imperium. Pues es seguro el poder que fija un control a la fuerza, que gobierna sobre súbditos dispuestos, y que está circunscrito por leyes, de manera que no se vuelva arrogante ni incurra en excesos que arruinen a sus súbditos ni degenere en tiranía. . . . El poder absoluto, o lo que se llama plenitud de poder, no puede darse al magistrado supremo. Porque, primero, quien emplea una plenitud de poderes rompe las ligaduras mediante las cuales la sociedad humana ha de ser contenida. Segundo, el poder absoluto destruye la justicia… Tercero, tal poder absoluto no toma en cuenta la utilidad y beneficio de los gobernados sino el placer privado. El poder, no obstante, es establecido para la utilidad del pueblo, no la de quienes gobiernan, y la utilidad del pueblo no requiere en lo más mínimo un poder ilimitado… Finalmente, el poder absoluto es malvado…”[42]
Consecuentemente con lo anterior, en el capítulo que dedica a la tiranía, Altusio incluye entre los tipos de tiranía aquella que viola y destruye las leyes fundamentales del país. Este tipo de tiranía tiene dos especies. Una se da cuando el magistrado supremo viola, cambia o viola las leyes fundamentales del país… la otra se da cuando es infiel a su juramento y viola la división de poderes (que Altusio llama “órdenes y estamentos”), o impide que lleven a cabo sus funciones. Finalmente, la tiranía general se da cuando el magistrado supremo ejerce poder absoluto, o plenitud de poder, en su administración, y viola los vínculos y destruye las limitaciones mediante las cuales la sociedad humana ha de mantenerse.[43]
En el caso del Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, si bien son numerosas sus violaciones a la Constitución y las leyes que de ella emanan, lo que lo convierte en un tirano es la manera en que sin recato alguno ha concentrado en su persona el poder público teniendo, primero, al Poder Legislativo bajo sus órdenes (de manera que, por ejemplo, les da órdenes de que no se cambie ni una coma a sus iniciativas de ley), y más recientemente al Poder Judicial, amenazando a los jueces y magistrados que han otorgado amparos contra las leyes que violan la Constitución y, todavía más grave aún, modificando la ley secundaria para extender, en violación a la Constitución, el periodo del Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar Lelo De Larrea. Esta violación a la división de poderes y consecuente concentración del poder en una persona que viola la Constitución con casi cada ley que envía al Congreso y que el Congreso le aprueba sin cuestionarlo es una tiranía. Esta situación se agrava por la renuencia abierta del Presidente López a perseguir y castigar a los delincuentes sin distinciones usando el pretexto infantil de que son delincuentes porque son pobres. Levítico 19:15 deja muy claro que favorecer al pobre en el juicio es tan injusto como favorecer al rico; y Proverbios 1:8-19 deja muy claro que son los necios y los impíos quienes delinquen; es decir, que no delinquen por necesidad sino por codicia, porque les gusta el dinero fácil y la violencia.
El mayor problema con el tirano no es nada más que sea un mal gobernante. Es un mal gobernante al que, habiendo violado los límites, controles y contrapesos al poder público, no hay manera poner límites al daño que causa.
A lo largo de la historia muchos tiranos han llegado al poder con el apoyo popular. Tal fue el caso del rey Saúl. Y como la voz del pueblo no es la voz de Dios, el Señor le advirtió a Israel, por boca del profeta Samuel, que Saúl iba a hacerlos sufrir y que entonces clamarían al Señor pero el Señor no les respondería. «El pueblo, sin embargo, no le hizo caso a Samuel” (1º Sam. 8:19). Y sucedió lo que el Señor advirtió: Saúl se convirtió en un tirano y, aunque el Señor lo depuso del trono de Israel (1ºSam 15:23, 26, 28), él no quiso dejar el poder. Calvino comenta lo siguiente en su sermón sobre esta porción de la Biblia: “Dios ciertamente castiga a aquellos que no merecen un buen gobierno llevándolos a la tiranía bajo malos gobernantes.”[44] Cuando un tirano llega al poder y se mantiene en él por el apoyo popular, el pueblo recibe lo que se merece.
¿Cómo debemos orar los cristianos respecto del tirano? Pedir al Señor que prospere al tirano en su tiranía, es decir, en su pecado, es irreverente y ofensivo al Señor, pues el tirano se ha rebelado abiertamente contra los propósitos para los que el Señor ha puesto a los gobernantes. Por lo tanto, respecto del tirano, al igual que respecto del mal gobernante, debemos pedir al Señor que lo deponga y que ponga en su lugar otro gobernante. Como casi siempre (especialmente en sociedades modernas) el tirano llega al poder con el apoyo del pueblo, también debemos confesar y pedir perdón por los pecados de ese pueblo y pedir al Señor tenga misericordia. También debemos pedir, por su puesto, por la conversión del tirano, pero ello no significa en forma alguna que debamos apoyarlo en su tiranía.
Claramente debemos seguir obedeciendo todas las leyes justas, independientemente de que el gobernante supremo sea un tirano pues, como ya vimos, nuestra obediencia a las leyes justas es por causa de la conciencia, pues si son justas son conformes al mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, a lo cual estamos obligados aunque no sea ordenado por una ley humana. Pero en ningún lugar de la Escritura se nos ordena apoyar a un gobernante, muchos menos si ese gobernante es un tirano.
¿Cómo pues debemos actuar los cristianos respecto de un tirano? Uno de los pasajes más importantes de la historia de la libertad, la democracia y el estado de derecho fueron los conflictos entre el rey Carlos I de Inglaterra y Escocia (1600-1649) y los puritanos ingleses y los presbiterianos escoceses (conocidos como pactantes), pues fue entonces que mucho del pensamiento político Reformado pasó de la teoría a la práctica, especialmente en lo relativo a la manera de actuar ante un tirano contumaz que, a pesar de haber sido desconocido por su parlamento, se rehusó a dejar el poder y, de hecho, declaró la guerra contra dicho parlamento en 1642.
Fue en este contexto de guerra civil que el mismo parlamento que depuso a Carlos I y al que este le declaró la guerra convocó a la Asamblea de Westminster que produjo la Confesión de fe de Westminster y los demás estándares para las iglesias unidas de Inglaterra y Escocia. Y fue en este contexto de guerra civil contra un tirano que uno de los cinco delegados de la Iglesia de Escocia a dicha Asamblea de Westminster, el pastor y erudito escocés Samuel Rutherford, escribió, a la vez que participaba activamente en las sesiones de la Asamblea, su libro Lex, rex, la ley y el príncipe, publicado en 1644.[45]
Rutherford escribió Lex, rex en respuesta al libro Sacro-sancta regum majestas, o la prerrogativa sagrada y real de los reyes cristianos que un obispo escribió en contra de las revoluciones pactante (Escocia) y puritana (Inglaterra), y a favor del llamado “derecho divino” de los reyes para gobernar sin límites ni controles ni contrapesos. En Lex, rex, Rutherford afirma el derecho a la legítima defensa y consiguientemente a resistir al tirano y aun a hacer guerra contra él, así como el origen de la soberanía del estado en el pueblo (una aplicación secular de la forma presbiteriana de gobierno eclesiástico), el estado de derecho (el gobierno de leyes y no de personas), y la limitación de los poderes del gobierno.
Al respecto, en su libro Política, Altusio, explica que:
El oficio de [los magistrados menores representantes del pueblo] no es nada más juzgar si el magistrado supremo ha cumplido o no con su responsabilidad, sino también resistir e impedir la tiranía de un magistrado supremo que abuse los derechos de soberanía, y viole o desee quitar el derecho del pueblo del estado.[46]
Aquí debemos decir expresamente que el deber de los cristianos de orar por los gobernantes y por todos los que están en eminencia no se circunscribe al magistrado supremo (rey, presidente, primer ministro, etc.) sino a todos los miembros de las diversas ramas del gobierno (el poder legislativo, el poder judicial, y los órganos autónomos como el Banco de México y el Instituto Nacional Electoral, entre muchos otros), para que, entre otras cosas, tengan el valor de aplicar la Constitución y la ley para hacer respetar los límites constitucionales al poder del presidente o magistrado supremo.
Volviendo a la revolución puritana, vemo que el parlamento inglés estaba cumpliendo con su deber de resistir e impedir la tiranía cuando depuso al Rey Carlos I; pero como el rey le declaró la guerra al parlamento, casi todo el pueblo se involucró en la resistencia al tirano. En Lex, rex, Samuel Rutherford analiza y fundamenta la legitimidad de dicha oposición, tanto parlamentaria como popular, al tirano. He aquí algunos fragmentos relevantes al respecto:
La tiranía, siendo una obra de Satanás, no proviene de Dios, porque el pecado… no proviene de Dios. La potestad de gobierno, tiene que provenir de Dios; el magistrado, como magistrado, es bueno por la naturaleza del oficio y el fin intrínseco de su oficio (Rom. 13:4) pues “es ministro de Dios para tu bien.” Y, por lo tanto, una potestad ética, política o moral para oprimir, no proviene de Dios y no es una potestad, sino una desviación licenciosa de una potestad; y no proviene de Dios sino de la naturaleza pecaminosa y de la serpiente antigua… A esto hay que añadir que, si por naturaleza es lícito defenderse a uno mismo, ninguna comunidad tiene el poder de enajenar y entregar este poder sin cometer pecado, puesto que ninguna potestad dada al hombre para asesinar a su hermano es de Dios, así ninguna potestad para permitir que su hermano sea asesinado es de Dios; y ninguna potestad para permitirlo para uno mismo, a fortiori, mucho menos puede ser de Dios.[47]
Los actos de un poder tiránico son actos de injusticia pecaminosa y opresión, y no pueden provenir de Dios…[48]
Cuando el magistrado hace cualquier cosa por violencia, y sin la ley, en la medida en la que lo hace en contra de su encargo, no es un magistrado. Entonces, digo, que el poder por el cual lo hace, no es de Dios. Nadie resiste, entonces, la ordenanza de Dios cuando resiste al rey en actos tiránicos.[49]
El pueblo tiene un trono natural de gobierno en su conciencia para alertar, y materialmente dictar sentencia contra el rey como un tirano, y así por naturaleza han de defenderse a sí mismos.[50]
Si para defender nuestra propia vida en contra del poder tiránico tenemos que tomar la ofensiva y matar, no resistimos ninguna ordenanza de Dios.[51]
…una ley o rey que son destructivos para el pueblo deben ser abolidos. Esto es claro en un tirano o en un hombre malvado.[52]
… [resistir al rey] en defensa propia, siendo un mandamiento de Dios en la ley de la naturaleza, no puede luchar contra el otro mandamiento de honrar al rey, así como el quinto mandamiento no puede luchar contra el sexto; pues toda resistencia es contra el juez, como alguien que está excediendo los límites de su oficio, es a ese respecto que es resistido, no como juez.[53]
El rey Carlos I fue juzgado y encontrado culpable de traición y fue medido con la misma vara con la que los reyes medían a sus súbditos, es decir, le fue aplicada la misma pena que se aplicaba al ciudadano común por ese delito; fue decapitado el 30 de enero de 1649.
La república puritana liderada por Oliver Cromwell fracasó por la ineptitud de los gobernantes, y en 1660 fue restablecida la monarquía en Inglaterra y Escocia con Carlos II, quien persiguió tan ferozmente a los pactantes escoceses, que a las dos décadas y media que duró su reinado se le conoce en Escocia como “El tiempo de matanza.” Entre 1660 y 1668, 18,000 presbiterianos de Escocia e Irlanda del Norte (Ulster) fueron asesinados, ejecutados, desterrados o encarcelados por el ejército del rey, con la intención de someter a los presbiterianos a las leyes eclesiásticas y religiosas de Carlos II. La persecución de los pactantes continuó bajo el reinado de Jacobo II (VII de Escocia) hijo de Carlos II. No obstante, los pactantes no cedieron y siguieron afirmando el señorío de Cristo sobre los gobernantes terrenales.
Finalmente, Jacobo II fue depuesto y los pactantes escoceses fueron instrumentales para la victoria del rey Guillermo de Orange sobre los jacobinos, en la llamada “Gloriosa Revolución.” Escocia e Inglaterra ofrecieron la corona a Guillermo junto con su esposa María (hija de Jacobo II),[54] con lo que llegó a su fin la tiranía y su persecución del presbiterianismo. Así,
Más de tres siglos después [de los pactantes escoceses], sigue siendo cierto que nada socava con mayor seguridad los fundamentos del poder totalitario que una Iglesia cristiana libre que tiene sus prioridades en orden en su trato con Dios y con el hombre.[55]
Una de las muchas maneras en las que los cristianos cumplimos con nuestro papel de ser sal de la tierra y luz del mundo (Mat. 5:13-14) es denunciar y confrontar la maldad y el pecado y eso incluye a la tiranía.
[1] Escribí este artículo entre mayo y los primeros días de junio de 2021, en el contexto de las campañas electorales intermedias de México. A esta primera versión le falta completar algunas notas al pie, lo que espero hacer en breve para publicar una versión final.
[2] El dicho que el Presidente López Obrador de México ha usado, “El pueblo es bueno y sabio”, es la forma contemporánea de decir lo mismo que Absalón le decía a la gente.
[3] Ver La “Ley de la racionalidad inversa” de Merold Westphal.
[4] Una persona que vota por un candidato o partido político porque promete darle dinero del que le quite a quienes lo ganan honestamente comete el pecado de codicia y de complicidad en el robo y el soborno (Exo. 20:17; Lev. 19:15; Deut. 5:21; 16:19; Job 5:2; 36:18; Sal. 10:3; 50:16, 18; Prov. 12:12, 14; 17:8, 23; 23:3; 29:24; Isa. 5:23; Hab. 2:9; 1ªTim. 3:3; 6:6, 9-10; Tit. 1:7; San. 4:2). La norma bíblica es que cada quien consuma en la medida en la que produzca, y que quienes puedan producir den un poco de lo suyo a quienes estén imposibilitados para producir (e.g., viudas, huérfanos, discapacitados, enfermos, víctimas de desgracias). Para aquellos que no estén imposibilitados, consumir sin habérselo ganado es pecado (Num. 18:21, 31; Det. 14:29; 24:15; Sal. 37:21; 128; Prv. 1:10-19; 12:11-14; 13:2; 14:14, 23; 16:26; 21:25; 27:18; 31:10-31; Ecl. 2:10, 24; 3:22; 5:18; 8:15; Isa. 3:10-11; Jer. 22:13; Mat. 20:1-15; Hch. 20:35; Efe. 4:28; 1ªTes. 4:10-12; 2ªTes. 3:6-12; 2ªTim. 2:6; Stg. 5:4).
[5] Un ejemplo de esto son las sectas pseudo-cristianas de la prosperidad o de la “palabra de fe”, que creen que “declarar” algo con fe obliga a Dios a hacerlo. Eso no es nada diferente a los “decretos” de la Nueva Era o las “palabras mágicas” del ocultismo.
[6] Ver: Deut. 5:29;
[7] Para una estudio expositivo del episodio de la moneda del tributo romano, de donde estas palabras están tomadas, ver: Conferencia: ¿De quién es la imagen? El mensaje de la respuesta del Señor Jesús a la pregunta sobre el tributo romano (video).
[8] Juan Calvino comenta lo siguiente respecto de este pasaje: “…sabiendo que Dios designó magistrados y príncipes para la preservación de la humanidad, y pese a la deficiencia con que ellos ejecuten el cometido divino, no debemos por eso dejar de amar lo que pertenece a Dios, y desear que permanezca en vigor. Ésta es la razón por la que los creyentes, en cualquier país donde vivan, no sólo deben obedecer las leyes y el gobierno de los magistrados, sino que en sus oraciones debe suplicar a Dios por la salvación de sus gobernantes” (Comentario a las epístolas pastorales de san Pablo (Grand Rapids: TELL, s/f), p. 60).
[9] Sobre la frase “para que vivamos quieta y reposadamente” Juan Calvino comenta: “Al demostrar la superioridad, él ofrece un aliciente más; porque enumera los frutos que nos produce un gobierno bien ordenado. El primero es una vida quieta; porque los magistrados están armados con la espada, a fin de conservarnos en paz. Si ellos no frenasen la temeridad de los hombres perversos, por todas partes abundarían los robos y asesinatos. El verdadero camino para mantener la paz se logra, pues, cuando cada cual obtiene lo que le pertenece, y cuando la violencia de los más fuertes es frenada” (ibid.).
[10] Juan Calvino comenta lo siguiente sobre la frase “en toda piedad y honestidad”: “El segundo fruto [de un gobierno bien ordenado] es la preservación de la piedad, es decir, cuando los magistrados se dedican a promover la religión, a mantener el culto divino, y a cuidar que las ordenanzas sagradas sean acatadas con la debida reverencia. El tercer fruto es el cuidado de la honestidad pública; porque también incumbe a los magistrados impedir que los hombres se entreguena asquerosas brutalidades y a actuaciones perversas y, por el contrario, promover la decencia y la moderación. Si somos, pues, movidos por la solicitud en favor de la paz social, o de la piedad, o de la decencia, recordemos que también debemos ser solícitos en favor de aquellos por cuya instrumentalidad obtenemos tan distinguidos beneficios” (ibid., pp. 60-61).
[11] El texto completo de la oración congregacional está disponible en: Oración por toda la Iglesia de Cristo (usada por la congregación angloparlante en Ginebra, en tiempos de Calvino y Knox).
[12] Pro. 21:1.
[13] Rom. 13:4; Jua. 19:11.
[14] 1ªTim. 1:3 y ss.; San. 1:18 y ss.
[15] Entender el contexto histórico en el que Pablo escribió su Epístola a los romanos es crucial para entender por qué Pablo procede con sutileza. Pablo escribió esta epístola poco tiempo después de que Nerón sucediera en el trono imperial a Claudio, el emperador que había expulsado de Roma a los judíos. Hay suficientes indicios para pensar que Pablo sabía que su epístola circularía más allá de los confines de las iglesias de Roma y que podría llegar a manos de oficiales imperiales. Aunque Nerón todavía no se había desquiciado, muy probablemente ya se sospechaba de sus tendencias
[16] En palabras de Juan Calvino: «Los príncipes terrenales dejan de lado su poder cuando se levantan contra Dios… Debemos desafiarlos por completo en lugar de obedecerlos» (Comentario a Daniel, 6:22). Y: “…tan pronto los gobernantes nos alejen de la obediencia a Dios, oponiéndose a Él con osadía sacrílega, debe abatirse su soberbia, de manera que Dios esté por encima de toda autoridad. Entonces todos los humos de honor se disipan, pues Dios no condesciende a conceder títulos de honor a los hombres para que oscurezcan su gloria… Si un rey o gobernante o magistrado se vuelve tan soberbio que minimiza el honor y la autoridad de Dios, es un mero hombre… Pues quien va más allá de los límites de su oficio (pues se levanta contra Dios) debe ser despojado de su honor, de lo contrario engañará…” (Comentario a Hechos, 5:29).
[18] Por ejemplo, tomar el dinero que es fruto del trabajo de alguien productivo para dárselo a alguien que no trabaja teniendo la capacidad de hacerlo es dañar injustificadamente a quien trabaja y gana su dinero lícitamente. No puede alegarse que ese tipo de “programas sociales” o de “distribución de la riqueza” sean compatibles con el mandamiento de amar al prójimo. En primer lugar, porque realmente no ayudan al receptor del dinero sino que lo perjudican haciéndolo dependiente en lugar de hacerlo productivo, y porque en ningún lugar de la Biblia se enseña que la igualdad económica sea un fin que deba perseguirse. Al contrario, la Biblia enseña claramente que el Señor reparte la riqueza de manera desigual, y que hay factores éticos y espirituales que inciden en que una persona tenga más que otra. Ver: Proverbios sobre los factores éticos del bienestar económico personal; y La pobreza: Apuntes para una perspectiva bíblica (presentación en láminas).
[19] Cánones de Dort, Cap. III-IV, Art. 4.
[20] Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, Lib. II, Cap. ii, 12 y 13. Ver el fragmento citado en: Calvino sobre la ley natural (conocimiento innato de las semillas de equidad y justicia) para el gobierno del estado y el orden social.
[21] Anthony Burgess, Vindiciae Legis: A Vindication of the Moral Law & Covenants (London, 1646), p. 60. El fragmento citado y otras citas sobre la ley natural están disponibles en: Anthony Burgess sobre la ley natural y contra el teonomismo (Romanos 2:14-15).
[22] Calvino, op. cit., Lib. IV, Cap. XX, 14 y 16. El fragmento citado está disponible en: Calvino sobre la ley natural y contra el teonomismo.
[23] Dos evidencias de esta armonía son dos obras jurídicas, una antigua y otra moderna, que comparan las leyes romanas con las leyes mosaicas. La antigua (ca. S. IV o V) es el libro Mosaicarum et Romanarum lego collatio, publicado en español por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) bajo el título Comparación de leyes mosaicas y romanas (México: UNAM, 1994), disponible gratuitamente aquí. Esta obra compila en columnas paralelas preceptos del derecho penal romano con sus correlativos en la ley mosaica siguiendo el orden del Decálogo. La traductora al español comenta: “cotejé los preceptos del decálogo con los títulos de [el libro comentado] y me sorprendí de la gran semejanza que existe entre unos y otros. La evidencia moderna es el libro Dicaelogicae del jurista, filósofo y estadista Reformado del S. XVII, Johannes Althusius (o Juan Altusio) en el que “sistematizó la totalidad del corpus jurídico existente de derecho consuetudinario europeo y lo coordinó con el derecho civil romano y judío.” Sobre Altusio ver: Juan Altusio (1557-1638), filósofo, jurista, teólogo, y estadista Reformado.
[24] En su comentario a 1ª Tim. 2:2, Calvino explica que, “Es la ira de Dios lo que hace que los magistrados nos sean inútiles, en la misma forma que hace que la tierra se vuelva estéril; y, por lo tanto, debemos orar por la remoción de aquellos castigos que nos han venido a causa de nuestros pecados” (Comentario a las epístolas…, op. cit., pp. 61-62. Así, por ejemplo, cuando los presbiterianos angloparlantes exiliados en Ginebra en tiempos de Calvino y de Knox oraban por Inglaterra y sus gobernantes civiles y eclesiásticos pedían al Señor: “Arranca de ahí, oh Señor, a todos los lobos voraces, que para llenar sus estómagos destruyen tu rebaño” (ver el texto completo de la oración en: Oración por toda la Iglesia de Cristo (usada por la congregación angloparlante en Ginebra, en tiempos de Calvino y Knox) – Reforma Presbiteriana México (wordpress.com)
[25] Un ejemplo contemporáneo de políticas y leyes que ponen a los cristianos en conflicto abierto y notorio conflicto con la ley de Dios como las que se derivan de la ideología de género o limitan la libertad de expresión de los cristianos en esos asuntos o las que violan la libertad de los padres para educar a sus hijos.
[26] Poner este tipo de esperanza y fidelidad en cualquier ser humano o en un partido político o en una ideología es idolatría. Apocalipsis 9 nos enseña cómo la humanidad es víctima de la enseñanza de falsos maestros, y que a pesar del sufrimiento que provocan la gente no se arrepiente de sus pecados (9:20-21). Ver: Apocalipsis 9:13-21 (La sexta trompeta): Sugerencias para reflexionar y aplicar a nuestras vidas.
[27] Juan Calvino, Comentario a Isaías, 3:4. Por su parte, el erudito Reformado en Antiguo Testamento, E. J. Young escribe: “Cuán grande calamidad es que los que gobiernan sean inexpertos… La falta de madurez en juicio y decisión podían solamente hacer un gran daño al estado… [El Señor] da [como castigo] gobernantes que son incompetentes y por lo tanto dañinos… (The Book of Isaiah, Vol. 1 (Grand Rapids: Eerdmans, 1965), pp. 142-143).
[29] Usar el poder coactivo del gobierno para quitarle al que produce para darle al que no produce es una violación al deber de amar al prójimo que incluye no hacer mal a nadie.
[30] Ver nota al pie #19.
[31] Como lo escribió Lord Acton, “Si hay alguna presunción es… contra quienes tienen poder, y aumenta según aumenta el poder… El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente..” (Lord Acton, Acton-Creighton Correspondence (1887), Letter I). Disponible en: https://oll.libertyfund.org/quote/lord-acton-writes-to-bishop-creighton-that-the-same-moral-standards-should-be-applied-to-all-men-political-and-religious-leaders-included-especially-since-power-tends-to-corrupt-and-absolute-power-corrupts-absolutely-1887?
[32] Calvino, Institución…, op. cit., IV, XX, 8. Fragmento disponible en: Calvino y la división de poderes y los controles y contrapesos en el gobierno.
[33] “Sus escritos políticos [de Calvino] eran, sin duda, parte de la culminación de una tradición. Se dieron tras décadas de pensamiento renacentista y estaban sentados encima de siglos de reflexión teológica medieval y escolástica sobre principios políticos. No querríamos que se entendiera que estamos sugiriendo que Calvino laboró aislado al formular sus principios; era común para los teólogos líderes del periodo—líderes en la sociedad en ese tiempo—exponer asuntos de estado. Sin embargo, la expansión subsecuente y la reproducción de su pensamiento por sus seguidores virtualmente creó una nueva trayectoria en el discurso político. No es exageración observar que antes de Calvino, ciertos principios políticos eran vistos como radicales; en tanto que después de él, se volvieron ampliamente aceptados” (David W. Hall, Calvin in the Public Square: Liberal Democracies, Rights, and Civil Liberties (Phillipsburg: P&R, 2009), pp. 3-4. Ver también: Influencia del calvinismo y del puritanismo en el pensamiento político de las colonias británicas en el norte de América (siglos XVII y XVIII).
[34] Ver: Juan Altusio (1557-1638), filósofo, jurista, teólogo, y estadista Reformado.
[35] Daniel J. Elazar, “Althusius’ Grand Design for a Federal Commonwealth,” en Johannes Althusius, Politica: An Abridged Translation of Politics Methodically Set Forth and Illustrated with Sacred and Profane Examples, ed. y tr. Frederick S. Carney (Indianapolis: Liberty Fund, 1995), p. xxxv. La primera edición de Política es de 1603, a la que le siguieron ediciones en 1610 y 1614. La edición abreviada aquí citada está disponible (gratuitamente) aquí.
[36] Por citar dos ejemplos del ámbito hispanohablante, la traducción al español del libro Política de Altusio es publicada por el Centro de Estudios Constitucionales de Madrid, y José Luis Soberanes Fernández, quien fuera Presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (de México), dedica a Altusio una sección en su libro Sobre el origen de las declaraciones de derechos humanos (México: UNAM, 2009), pp. 81-96 (disponible gratuitamente aquí).
[37] Althusius, op. cit., p. 71 (IX, 21). En nota a pie de página, Altusio remite también a Deu. 17:18-20; Jos. 1:7; y Sal. 119.
[38] Ibid.
[39] Nota del traductor: Imperium es un concepto técnico jurídico que se refiere al poder de coacción gobierno.
[40] Ibid., p. 98 (XVIII, 31.)
[42] Ibid., pp. 121-122 (XIX, 8-11). Dicho sea de pago que la Constitución mexicana hace eco de lo anterior al disponer, en su artículo 39 que, «Todo poder público… se instituye para beneficio de éste.»
[43] Ibid., pp. 191-192 (XXXVIII, 3-9).
[45] Ver: Samuel Rutherford (1600-1661) erudito, pastor, teólogo, pactante y comisionado escocés a la Asamblea de Westminster.
[46] Altusio, op. cit., p. 106 (XVIII, 84). En su “Sermón sobre 1° Samuel 8:11-22” (el episodio de la elección de Saúl como rey de Israel), Juan Calvino hace referencia a este deber de los magistrados menores de oponerse a la tiranía del magistrado supremo.
[47] Samuel Rutherford, Lex, rex, or the Law and the Prince (Colorado Springs: Portage Publications, 2009), p. 63 (Pregunta IX). La edición citada está basada en la publicada en Londres por John Field, en 1644, y disponible gratuitamente en aquí.
[48] Ibid., p. 184 (Pregunta XXII).
[49] Ibid., p. 219 (Pregunta XXII).
[50] Ibid., p. 210 (Pregunta XXIV).
[51] Ibid., p. 279 (Pregunta XXX, 4).
[52] Ibid., p. 214 (Pregunta XXV).
[53] Ibid., p. 313 (Pregunta XXXIV).
[54] Ver Altusio, op. cit., p. 76 (XXXVIII): «Los ciudadanos pueden retirar su apoyo a un magistrado que no los defiende cuando debería hacerlo, y pueden con justicia acudir a otro príncipe y someterse a él. O, si un magistrado se rehúsa a administrar justicia, pueden resistirlo y rehusarse a pagar impuestos.»
[55] J. D. Douglas, Light of the North: The Story of the Scottish Covenanters (Exeter: Paternoster Press, 1964), p. 26.
Ver también: Los cristianos mexicanos y las elecciones federales de 2024; Calvino y la división de poderes y los controles y contrapesos en el gobierno; Cuando el gobernante se convierte en un ídolo; Factores no económicos de la pobreza; El Señor Jesucristo es ya el rey mesiánico que se ha sentado en el trono de David; El Reino de Dios a lo largo de la historia de la redención; La proclamación del reino en los evangelios sinópticos (incluyendo el significado de las parábolas del reino en Mateo 13 y Marcos 4); Sermón expositivo de Hechos 1:8: El Reino del Mesías y la Gran Comisión (audio); El significado de las parábolas de la semilla de mostaza y de la levadura; Sermón expositivo de Hechos 1:9-11. Cumplimiento de la profecía de Daniel 7 en la ascensión del Señor (audio).; Ampliación en el Nuevo Testamento de la noción judía del Reino de Dios y de Jerusalén como su sede; El papel del Señor Jesucristo en el libro de Apocalipsis; La fusión del Reino de Dios y el reinado de la dinastía davídica en Salmos; Calvino: Dios manda a los gobernantes castigar los delitos (Romanos 13:4); La extensión del territorio del reino del Mesías (Salmo 72:8-11); Calvino: Libertad con orden es la mejor forma de gobierno.
Alejandro Moreno Morrison, de nacionalidad mexicana, es un abogado y teólogo reformado. Fue educado en la Escuela Libre de Derecho (Ciudad de México), Reformed Theological Seminary Orlando, y la Universidad de Oxford. En Reformed Theological Seminary Orlando fue asistente del Rev. Dr. Richard L. Pratt, y del Rev. Dr. Ronald H. Nash. Ha ministrado como maestro de doctrina cristiana y Biblia y como predicador en diversas iglesias y misiones de varias denominaciones incluyendo la Iglesia Presbiteriana Reformada de México, la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, la Iglesia Nacional Presbiteriana Conservadora de México, la Presbyterian Church of America, la Presbyterian Church of Ireland, la Reformed Presbyterian Church North America Synod. Con esta última estuvo a cargo de una misión durante 2014. También ha sido profesor invitado de Teología Sistemática, Ética, Evangelismo, y Apologética en el Seminario Teológico Reformado de la Iglesia Presbiteriana Reformada de México, de Sistemas Políticos Contemporáneos en la Facultad de Derecho de la UNAM (México), y de Derecho Corporativo del Global Startup Lab for Mexico del Massachusetts Institute of Technologies. Desde 2010 es profesor adjunto de Filosofía del Derecho en la Escuela Libre de Derecho.